Oíd, ¡Oh Virgen Pura! Las preces fervorosas, que suben amorosas a vuestro santo altar.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
Manchado por la culpa, la frente doblo y lloro, a vuestros pies imploro, clemencia y caridad.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
Al alma descuidada librad de la tibieza, y dadle con presteza, fervor en la piedad.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
En este triste valle, del padecer cansado, os pido, desdichado, consuelo celestial.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
Si ruge la tormenta, si mi virtud declina, Estrella matutina, mis fuerzas alentad.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
A vuestro fiel devoto dad ánimo constante, su paso vacilante a la virtud guiad.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
A mi voluble pecho, librad de la flaqueza; prestadle fortaleza, que viva sin pecar.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
En la postrera lucha, con la terrible muerte, feliz será mi suerte, si logro yo exclamar.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
En la prisión del fuego, sed dulce Redentora: mis penas, gran Señora, dignaos aliviar.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.
Me sea permitido, ¡Oh madre tan querida!, por tierna despedida, cantaros sin cesar.
Venid a mi socorro, Oh Madre de bondad.